martes, 25 de octubre de 2016

La picaresca en el siglo XVI y XVII


Ilustración original publicada en Revista Madrí

En el siglo XVI, los altísimos impuestos, y el decaimiento de la industria y la agricultura llenó las calles de ciudades como Sevilla y Madrid de buscavidas, mendigos y valentones. En 1540 se prohibió la mendicidad a quien no hubiera sido examinado de pobre. No se podía ejercer fuera del lugar de nacimiento y además tenían que tener la cédula de pobreza, otorgada por el párroco previa confesión. Los cálculos apuntan a que a mediados de este siglo,  de cinco millones de habitantes, ciento cincuenta mil eran mendigos declarados. Imaginemos los miles de picaros sin declarar.

El arte del latrocinio


En Madrid este «oficio» se ejercía preferiblemente en el barrio de Lavapiés,  Puerta de Guadalajara, Plaza de Herradores, Plaza del Sol, o los barrios de bodegones de  San Gil y Santo Domingo.
Los ladrones tomaban su nombre dependiendo del objeto del robo o del instrumento utilizado. En este caso el lenguaje de germanía (1) nos ha dejado ricas muestras.

Escalador, salteador de tejados, altanero, grumete, guzpatarero: el cual debe su nombre a la forma de robar, introduciéndose en las casas con una escala o por ventanas altas.

Hombres de leva y monte, o corredores: hombres que con buena agilidad de dedos y pies robaban algo y salían corriendo. Entre estos diferenciamos a los capeadores, encargados de robar capas por este método.

Cicateros, santiguador de bolsillos, cigarrero o aliviador de sobacos: ladrón que robaba las  bolsas de dinero (cica, cigarra o cigarrón en lenguaje de germanía), hurtaba de las faltriqueras. Estos abundaban en las iglesias y corrales de comedias y robaban al descuido.

Juan o devoto de maese Juan: ladrón de iglesia que limpiaba los cepillos (cajas de limosna)

Bajamanero: ladrón que hurtaba en las tiendas o en los puestos.

Desmontador o prendedor.: El que desnuda por la fuerza para apoderarse  de las prendas de vestir
Como muestra del alarde de imaginación narraremos un  robo curioso acaecido el 2 de junio de 1642 al rico mercader y banquero portugués Manuel Cortizo. Una noche aprovechando que no se encontraba en Madrid. Los ladrones se dispusieron a robar en su casa. Para ello necesitaban sacar la reja de una de las ventanas y para que los vecinos no advirtiesen el ruido, tuvieron dos coches corriendo toda la noche dando vueltas a la manzana.

De oficio: mendigo


Durante el siglo XVII los mendigos constituían un diez por ciento de la población llegando a ser oficio más provechoso que el de truhan, o valentón.
Estaban divididos en cofradías dependiendo de su especialidad.
El clamista pedía en iglesias y calles. Estos podían derivar a pedir a la cordobana, que consistía pedir casi desnudos para dar más lástima, sobre todo en los meses de frio, « […] habiendo forrado el estómago de ajos crudos y vino puro», como citaba Covarrubias.
Muchos de estos menesterosos, lucían mutilaciones, la mayoría fingidas y las menos auténticas. »

Valentones


Las corporaciones de maleantes tenían sus maestros, reglamentos y registros. En Sevilla se forjaron los precedentes a la mafia actual creando en un nuevo concepto «el asesino a sueldo», los cuales se encargaban de advertencias, mutilaciones y palizas, pero rápidamente Madrid superó con creces a esta ciudad innovando en los procedimientos. Sir Kenelm Digby, embajador en 1623, cuenta en sus memorias el uso de una linterna que gracias a una placa de hierro vuelta hacia el dueño dejaba el rostro de este a oscuras mientras que deslumbraba al agredido dejándole inmovilizado y con los ojos doloridos.
Quevedo los divide en varias clases. Los que trabajan a las órdenes de algún señor, son pues los valentones esbirros. Estos son envalentonados, bravos, rufos o jayanes de popa. Luego están los alevosos o traidores, que se ajustan a una paga. También encontramos a los valientes nocturnos, aparentes, corteses y rápidos de espada y daga. Y por último los valientes de mentira, vanagloriosos, explotadores y fanfarrones, de «espada casi doncella»
Dentro del vocabulario de la época podemos destacar expresiones curiosas como cantar el triunfo de espadas (ser atacado por alguien o pedir socorro), dejar a uno a buenas noches (matarle), desabrigar el sobaco (desenvainar la espada), doncella (espada del rufián cobarde  que nunca se desenvaina), enfermedad del cordel (morir ahorcado).

El juego

Madrid en el barroco era un enorme garito. La fauna de las casas de juego era bien curiosa, pero por espacio y no por ganas nos ceñiremos  al «floreo»
«Flor» era la trampa con las cartas. Los tramposos solían actuar en cuadrilla, las más de las veces de acuerdo con el garitero.
El «Cierto» preparaba las barajas con trampa. Hay que tener en cuenta que los naipes de la época eran fácilmente manipulables ya que la mayoría eran de fabricación casera y pintados a mano. El «Rufián» hacia desaparecer las cartas cuando terminaba el juego y el «enganchador» era el que se encargaba de buscar incautos  y convencerles de que jugaran con sus compañeros

Las meretrices

El juego y la prostitución se daban la mano ya que muchas veces se ejercían los dos oficios en los mismos lugares; garitos, casas llanas, casas de gula o bodegones.
Existían muchas clases de meretrices. Dentro del mundo de las independientes teníamos a las mancebas, las cuales mantenían relaciones maritales con hombres aunque algunas se alquilaban por meses, llamándose estas «amesadas». Las cortesanas tenían ínfulas  aristocráticas. También eran llamadas tusonas. Las rameras o marcas que ostentaban diferentes categorías: marcas godeñas, damas de achaque, damas de manto, damas de manejo y guisa o las simplemente rameras llamadas así porque se anunciaban  «a la malicia con un ramo en sus puertas».
Los burdeles o casas llanas eran gobernadas por el padre o tapador». Dueño de la casa y cuyo cargo debía ser aprobado por el concejo de la ciudad. Menos bien visto estaba el rufián. Aunque sus mujeres solían serles fieles y contaban con su amor sumiso.
Para acabar y demostrar lo unidos que estaban los mundos del crimen , el juego y la prostitución solo queda contar como anécdota curiosa que una meretriz podía salvar a un reo de muerte si camino del patíbulo se ofrecía a casarse con él.




(1)Lenguaje de germanía: El lenguaje de germanía es el lenguaje secreto utilizado durante los siglos XVI y XVII por ladrones y maleantes que se llamaban entre sí germanes o germanos.
Bibliografía
Néstor Luján. La vida cotidiana del Siglo de Oro español, 1988

José del Corral. Sucedió en Madrid. Hechos curiosos y raros de la historia de Madrid, 2000

Artículo publicado por primera vez en Revista Madrí. Fue publicado nuevamente en el Blog de noticias de LBS. La boutique del Seguro el 16 de Abril de 2016

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