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Ilustración original publicada en Revista Madrí |
En el siglo
XVI, los altísimos impuestos, y el decaimiento de la industria y la agricultura
llenó las calles de ciudades como Sevilla y Madrid de buscavidas, mendigos y
valentones. En 1540 se prohibió la mendicidad a quien no hubiera sido examinado
de pobre. No se podía ejercer fuera del lugar de nacimiento y además tenían que
tener la cédula de pobreza, otorgada
por el párroco previa confesión. Los cálculos apuntan a que a mediados de este
siglo, de cinco millones de habitantes,
ciento cincuenta mil eran mendigos declarados. Imaginemos los miles de picaros
sin declarar.
El arte del latrocinio
En Madrid
este «oficio» se ejercía
preferiblemente en el barrio de Lavapiés, Puerta de Guadalajara, Plaza de Herradores,
Plaza del Sol, o los barrios de bodegones de San Gil y Santo Domingo.
Los ladrones
tomaban su nombre dependiendo del objeto del robo o del instrumento utilizado.
En este caso el lenguaje de germanía (1) nos ha dejado ricas muestras.
Escalador, salteador de tejados,
altanero, grumete, guzpatarero: el cual debe su nombre a la forma de robar,
introduciéndose en las casas con una escala o por ventanas altas.
Hombres de leva y monte, o
corredores: hombres que con buena agilidad de dedos y pies robaban algo y salían
corriendo. Entre estos diferenciamos a los capeadores, encargados de robar
capas por este método.
Cicateros, santiguador de
bolsillos, cigarrero o aliviador de sobacos: ladrón que robaba las bolsas de dinero (cica, cigarra o cigarrón en
lenguaje de germanía), hurtaba de las faltriqueras. Estos abundaban en las
iglesias y corrales de comedias y robaban al descuido.
Juan o devoto de maese Juan:
ladrón de iglesia que limpiaba los cepillos (cajas de limosna)
Bajamanero: ladrón que
hurtaba en las tiendas o en los puestos.
Desmontador o prendedor.: El
que desnuda por la fuerza para apoderarse
de las prendas de vestir
Como muestra del alarde de imaginación narraremos un robo curioso acaecido el 2 de junio de 1642
al rico mercader y banquero portugués Manuel Cortizo. Una noche aprovechando
que no se encontraba en Madrid. Los ladrones se dispusieron a robar en su casa.
Para ello necesitaban sacar la reja de una de las ventanas y para que los
vecinos no advirtiesen el ruido, tuvieron dos coches corriendo toda la noche
dando vueltas a la manzana.
De oficio: mendigo
Durante el
siglo XVII los mendigos constituían un diez por ciento de la población llegando
a ser oficio más provechoso que el de truhan, o valentón.
Estaban
divididos en cofradías dependiendo de su especialidad.
El clamista pedía en iglesias y calles.
Estos podían derivar a pedir a la
cordobana, que consistía pedir casi desnudos para dar más lástima, sobre
todo en los meses de frio, « […] habiendo forrado el
estómago de ajos crudos y vino puro», como citaba Covarrubias.
Muchos de
estos menesterosos, lucían mutilaciones, la mayoría fingidas y las menos
auténticas. »
Valentones
Las
corporaciones de maleantes tenían sus maestros, reglamentos y registros. En
Sevilla se forjaron los precedentes a la mafia actual creando en un nuevo
concepto «el
asesino a sueldo», los cuales se encargaban de advertencias, mutilaciones y
palizas, pero rápidamente Madrid superó con creces a esta ciudad innovando en
los procedimientos. Sir Kenelm Digby, embajador en 1623, cuenta en sus memorias
el uso de una linterna que gracias a una placa de hierro vuelta hacia el dueño
dejaba el rostro de este a oscuras mientras que deslumbraba al agredido
dejándole inmovilizado y con los ojos doloridos.
Quevedo los
divide en varias clases. Los que trabajan a las órdenes de algún señor, son
pues los valentones esbirros. Estos
son envalentonados, bravos, rufos o jayanes de popa. Luego están los alevosos o traidores, que se ajustan a
una paga. También encontramos a los valientes
nocturnos, aparentes, corteses y rápidos de espada y daga. Y por último los valientes de mentira, vanagloriosos,
explotadores y fanfarrones, de «espada casi doncella»
Dentro del
vocabulario de la época podemos destacar expresiones curiosas como cantar el triunfo de espadas (ser
atacado por alguien o pedir socorro), dejar
a uno a buenas noches (matarle), desabrigar
el sobaco (desenvainar la espada), doncella
(espada del rufián cobarde que nunca
se desenvaina), enfermedad del cordel (morir
ahorcado).
El juego
Madrid en el barroco era un enorme garito. La fauna de las
casas de juego era bien curiosa, pero por espacio y no por ganas nos
ceñiremos al «floreo»
«Flor» era
la trampa con las cartas. Los tramposos solían actuar en cuadrilla, las más de
las veces de acuerdo con el garitero.
El «Cierto» preparaba las barajas con trampa. Hay que tener en
cuenta que los naipes de la época eran fácilmente manipulables ya que la
mayoría eran de fabricación casera y pintados a mano. El «Rufián»
hacia desaparecer las cartas cuando terminaba el juego y el «enganchador»
era el que se encargaba de buscar incautos
y convencerles de que jugaran con sus compañeros
Las meretrices
El juego y la prostitución se daban la mano ya que muchas
veces se ejercían los dos oficios en los mismos lugares; garitos, casas llanas,
casas de gula o bodegones.
Existían muchas clases de meretrices. Dentro del mundo de
las independientes teníamos a las mancebas, las cuales mantenían relaciones
maritales con hombres aunque algunas se alquilaban por meses, llamándose estas «amesadas».
Las cortesanas tenían ínfulas
aristocráticas. También eran llamadas tusonas. Las rameras o marcas que
ostentaban diferentes categorías: marcas godeñas, damas de achaque, damas de
manto, damas de manejo y guisa o las simplemente rameras llamadas así porque se
anunciaban «a la malicia con un ramo en sus puertas».
Los burdeles o casas llanas eran gobernadas por el padre o
tapador». Dueño de la casa y cuyo cargo debía ser aprobado por el concejo de la
ciudad. Menos bien visto estaba el rufián. Aunque sus mujeres solían serles
fieles y contaban con su amor sumiso.
Para acabar y demostrar lo unidos que estaban los mundos del
crimen , el juego y la prostitución solo queda contar como anécdota curiosa que
una meretriz podía salvar a un reo de muerte si camino del patíbulo se ofrecía
a casarse con él.
(1)Lenguaje de germanía: El lenguaje de germanía es el lenguaje secreto utilizado
durante los siglos XVI y XVII por ladrones y maleantes que se llamaban entre sí
germanes o germanos.
Bibliografía
Néstor
Luján. La vida cotidiana del Siglo de Oro
español, 1988
José
del Corral. Sucedió en Madrid. Hechos
curiosos y raros de la historia de Madrid, 2000
Artículo publicado por primera vez en Revista Madrí. Fue publicado nuevamente en el Blog de noticias de LBS. La boutique del Seguro el 16 de Abril de 2016